1 Tarô Urashima Dom Sep 05, 2010 12:40 am
Yukimura
"Hace mucho tiempo, en una aldea costera de las lejanas tierras del Japón, existió un pescador llamado Tarô Urashima.
Urashima vivía en una humilde cabaña con su anciana madre, a la que cuidaba con gran cariño. Gran parte del pescado que capturaba en sus salidas al mar, en lugar de venderlo, se lo daba a ella para que pudiera comer. Por eso se esforzaba siempre en pescar todo lo que pudiera y se sentía muy preocupado cuando la pesca era escasa, como le sucedía últimamente.
Cierto día en que Urashima regresaba a casa con las manos vacías, muy afligido por no haber logrado capturar ni un sólo pez y preocupado por no poder darle nada a su madre, le ocurrió una cosa maravillosa. Mientras caminaba por la playa, se encontró de repente con un grupo de pilluelos que estaban maltratando a una pequeña e indefensa tortuga. Le daban patadas, la ponían del revés sobre su concha, e incluso uno de ellos empezó a darle golpes con una vara.
Urashima, sintendo lástima de la tortuga, rogo a los niños que la dejaran en paz y le permitieran devolverla al mar. Pero los niños se negaron.
"¿Devolverla al mar, dices? ¡De eso nada! Esta tortuga la venderemos en el mercado del pueblo".
"En ese caso, vendédmela a mi", respondió Tarô. "No tengo dinero, pero os puedo dar mi camisa a cambio".
Los niños aceptaron el trato, considerando que una camisa vieja y harapienta era mejor que nada, y le entregaron la tortuga a Urashima. Éste la llevó al mar y la puso inmediatamente en libertad. La tortuga, antes de marcharse, asomó la cabeza por encima de la superficie del agua y saludó a Urashima con una reverencia en señal de agradecimiento.
Tras liberar a la tortuga, Urashima regresó a su casa, con las manos vacías pero contento por la buena acción que había realizado.
"Lo siento, madre", fue lo primero que dijo al entrar en casa, "hoy tampoco he podido pescar ni un sólo pez. Y además he tenido que darle mi camisa a unos niños para que dejaran de maltratar a una tortuga."
"Tranquilo", respondió la anciana, "has hecho lo que debías. No te preocupes por no haber podido traerme nada de comer".
"Mañana será muy distinto, seguro que conseguiré pescar muchos peces".
Al día siguiente, Urashima se hizo a la mar en su barca desde antes de que saliera el sol, pero tampoco en esta ocasión consiguió pescar ni un sólo pez. No obstante, en un momento dado, notó que el hilo de su caña se tensaba repentinamente. Al cabo de un momento, apareció sobre el agua la cabeza de la tortuga a la que había salvado el día anterior.
"Tarô Urashima, te ruego que subas a mi espalda", habló la tortuga.
"¿Cómo voy a subirme a tu espalda, con lo pequeña que eres?", respondió Tarô.
Tú no te preocupes y súbete a mi espalda", insistió la tortuga. Y Urashima se decidió a hacer lo que el animal le pedía, y con gran sorpresa suya, al poner los pies sobre el caparazón de la tortuga, ésta se hizo mucho más grande, de forma que podía transportar al pescador con holgura.
Nada más sentarse sobre el caparazón de la tortuga, Urashima se vio envuelto en un profundo y agradable sueño.
Al despertar, Urashima comprobó que se encontraba en un lugar totalmente desconocido. La tortuga le había transportado por las profundidades del mar hasta el maravilloso Palacio del Dragón (Ryûgû-jô). Frente a él, una hermosa princesa (otohime) le saludó.
"Tarô Urashima, espero que hayas tenido un buen viaje y que hayas descansado bien", le dijo la princesa, con voz dulce, mientras le tomaba de la mano. "Yo soy aquella tortuga a la que ayudaste ayer. Siempre que quiero salir al mundo de la superficie, tengo que cambiar de forma. Me convertí en una tortuga y sali al exterior, y tuve la mala suerte de ser capturada por aquellos niños. Seguramente me habrían matado de no haber sido por ti, y quiero darte las gracias por haberme salvado. En agradecimiento, te mostraré las maravillas del Palacio del Dragón. Te ruego que te quedes aquí para siempre."
Y así lo hizo. La princesa sentó a Urashima en una magnífica silla y le ofreció un espléndido banquete, con los manjares más exquisitos que el buen pescador había probado nunca. Después le tomó de la mano y le mostró hasta el último rincón del Palacio submarino del Dragón, un lugar de ensueño repleto de las maravillas más inimaginables.
Urashima pasó tres largos años en el Palacio del Dragón, disfrutando de los más deliciosos banquetes y de la amabilidad de su anfitriona, la princesa, y sus sirvientes. Pero, aunque allí se encontraba muy a gusto, llegó un momento en el que sintió preocupación por su anciana madre, y rogó a la princesa que le permitiera volver al exterior, ya que temía ser castigado por los dioses si no lo hacía.
La princesa aceptó, y como regalo de despedida, le ofreció a Urashima tres preciosas cajitas enjoyadas, montadas una sobre la otra. A continuación, volvió a convertirse en tortuga para transportar a Urashima, que de nuevo iba dormido sobre su caparazón, hasta la playa.
Al recobrar el conocimiento, Urashima se encaminó hasta su humilde cabaña, y cuál no sería su sorpresa cuando comprobó que de ella sólo quedaban en pie algunas vigas podridas y mohosas, como si hubieran llevado ahí centenares de años. Pero no era sólo eso lo que había cambiado, su aldea también estaba completamente distinta y nadie parecía reconocerle.
Urashima, totalmente desorientado y confuso, se acercó a un monje para preguntarle qué había sucedido durante su ausencia, y éste pensó que Urashima le estaba gastando una broma y no quiso creerle cuando le dijo su nombre. El monje le explicó que hace trescientos años había vivido en aquella aldea cierto pescador llamado Tarô Urashima, pero que un día desapareció en el mar mientras pescaba, y nadie volvió a saber nada de él. Se le había dado por muerto e incluso tenía su tumba erigida en el cementerio de la aldea.
Naturalmente, Urashima se encaminó rápidamente a comprobar las palabras del monje, y quedó totalmente abatido al ver que eran ciertas. Se dio cuenta de lo que había ocurrido y al momento le invadió una profunda tristeza. No eran tres años los que había pasado en el Palacio del Dragón como él creía, sino trescientos: un año allí equivalía a cien años en el mundo exterior.
Desolado, Urashima regresó a la playa sin saber qué hacer. En ese momento reparó en que aún conservaba en su poder las tres cajas enjoyadas que le había entregado la princesa, y decidió abrirlas para ver su contenido.
La primera cajita contenía unas blancas alas de grulla. De la segunda salió una espesa columna de humo blanco. Y en la tercera había un espejo, en el que Urashima pudo ver reflejada su propia imagen, la de un anciano de larga barba blanca, en cuya espalda nacía un par de blancas alas.
Gracias a aquellas alas, el anciano Urashima, convertido en una grulla, pudo volar y surcar los cielos libremente.En primer lugar se dirigió hasta el lugar donde estaba su tumba, y la sobrevoló tres veces. Y después se adentró en el mar, y allí pudo ver a una gran tortuga que emergía a la superficie.
Quizás esa tortuga fuera la princesa... "
Este que os acabo de narrar es uno de los más conocidos y representativos cuentos tradicionales japoneses. Espero que me disculpéis la torpeza y las posibles (y de hecho más que probables) inexactitudes de mi traducción. Narrar cuentos no es precisamente lo mío, y además no he tenido más remedio que tomarme algunas licencias en ciertos párrafos en los que no he llegado a entender del todo el significado exacto del original en japonés, aunque estas licencias de todos modos no afectan en ningún caso al desarrollo de la historia.
Quizás esta historia os resulte familiar a los que hayáis leído el cuento de Rip van Winkle, de Washington Irving (el autor de Sleepy Hollow), con el que guarda asombrosas similitudes: un personaje sencillo y humilde viaja por casualidad a un mundo maravilloso en el que el tiempo transcurre mucho más rápido, y al volver acaba convertido en un anciano. No obstante, el cuento de Irving tiene un tono bastante desenfadado y es mucho más amable en su final, ya que en el caso de Rip van Winkle, su ausencia no ha durado trescientos años, sino sólo veinte o treinta, lo que permite al protagonista reencontrarse con su familia, que sí le reconoce... además de con unos cambios decisivos en su país, que de ser una colonia sometida a la autoridad de la monarquía británica ha pasado durante su ausencia a convertirse en una República independiente.
Por lo demás, existen diversas versiones de este cuento, y algunas de ellas tienen un final bastante más amargo: la princesa le entrega a Urashima una sola caja, en vez de tres, y además le advierte que no la abra nunca, bajo ningún concepto. Y al abrir la caja, que contiene su verdadera edad de más de trescientos años, Taro se convierte en un anciano decrépito y poco después fallece. No os extrañéis de esto, ya que no es nada raro que los cuentos infantiles japoneses tengan un final triste, incluso injusto para el protagonista.
Bueno, ¿qué me decís? ¿Os ha gustado la historia? Si el tema os interesa, en próximos posts os contaré más cuentos tradicionales japoneses, todos ellos repletos de personajes fascinantes, humildes leñadores y carpinteros, hermosas princesas, astutos tanukis y zorros con sus habilidades para cambiar de forma a voluntad, niños nacidos de melocotones, encantadores abuelitos y abuelitas, terribles y vengativos demonios y ogros... ¡merecen la pena!
Urashima vivía en una humilde cabaña con su anciana madre, a la que cuidaba con gran cariño. Gran parte del pescado que capturaba en sus salidas al mar, en lugar de venderlo, se lo daba a ella para que pudiera comer. Por eso se esforzaba siempre en pescar todo lo que pudiera y se sentía muy preocupado cuando la pesca era escasa, como le sucedía últimamente.
Cierto día en que Urashima regresaba a casa con las manos vacías, muy afligido por no haber logrado capturar ni un sólo pez y preocupado por no poder darle nada a su madre, le ocurrió una cosa maravillosa. Mientras caminaba por la playa, se encontró de repente con un grupo de pilluelos que estaban maltratando a una pequeña e indefensa tortuga. Le daban patadas, la ponían del revés sobre su concha, e incluso uno de ellos empezó a darle golpes con una vara.
Urashima, sintendo lástima de la tortuga, rogo a los niños que la dejaran en paz y le permitieran devolverla al mar. Pero los niños se negaron.
"¿Devolverla al mar, dices? ¡De eso nada! Esta tortuga la venderemos en el mercado del pueblo".
"En ese caso, vendédmela a mi", respondió Tarô. "No tengo dinero, pero os puedo dar mi camisa a cambio".
Los niños aceptaron el trato, considerando que una camisa vieja y harapienta era mejor que nada, y le entregaron la tortuga a Urashima. Éste la llevó al mar y la puso inmediatamente en libertad. La tortuga, antes de marcharse, asomó la cabeza por encima de la superficie del agua y saludó a Urashima con una reverencia en señal de agradecimiento.
Tras liberar a la tortuga, Urashima regresó a su casa, con las manos vacías pero contento por la buena acción que había realizado.
"Lo siento, madre", fue lo primero que dijo al entrar en casa, "hoy tampoco he podido pescar ni un sólo pez. Y además he tenido que darle mi camisa a unos niños para que dejaran de maltratar a una tortuga."
"Tranquilo", respondió la anciana, "has hecho lo que debías. No te preocupes por no haber podido traerme nada de comer".
"Mañana será muy distinto, seguro que conseguiré pescar muchos peces".
Al día siguiente, Urashima se hizo a la mar en su barca desde antes de que saliera el sol, pero tampoco en esta ocasión consiguió pescar ni un sólo pez. No obstante, en un momento dado, notó que el hilo de su caña se tensaba repentinamente. Al cabo de un momento, apareció sobre el agua la cabeza de la tortuga a la que había salvado el día anterior.
"Tarô Urashima, te ruego que subas a mi espalda", habló la tortuga.
"¿Cómo voy a subirme a tu espalda, con lo pequeña que eres?", respondió Tarô.
Tú no te preocupes y súbete a mi espalda", insistió la tortuga. Y Urashima se decidió a hacer lo que el animal le pedía, y con gran sorpresa suya, al poner los pies sobre el caparazón de la tortuga, ésta se hizo mucho más grande, de forma que podía transportar al pescador con holgura.
Nada más sentarse sobre el caparazón de la tortuga, Urashima se vio envuelto en un profundo y agradable sueño.
Al despertar, Urashima comprobó que se encontraba en un lugar totalmente desconocido. La tortuga le había transportado por las profundidades del mar hasta el maravilloso Palacio del Dragón (Ryûgû-jô). Frente a él, una hermosa princesa (otohime) le saludó.
"Tarô Urashima, espero que hayas tenido un buen viaje y que hayas descansado bien", le dijo la princesa, con voz dulce, mientras le tomaba de la mano. "Yo soy aquella tortuga a la que ayudaste ayer. Siempre que quiero salir al mundo de la superficie, tengo que cambiar de forma. Me convertí en una tortuga y sali al exterior, y tuve la mala suerte de ser capturada por aquellos niños. Seguramente me habrían matado de no haber sido por ti, y quiero darte las gracias por haberme salvado. En agradecimiento, te mostraré las maravillas del Palacio del Dragón. Te ruego que te quedes aquí para siempre."
Y así lo hizo. La princesa sentó a Urashima en una magnífica silla y le ofreció un espléndido banquete, con los manjares más exquisitos que el buen pescador había probado nunca. Después le tomó de la mano y le mostró hasta el último rincón del Palacio submarino del Dragón, un lugar de ensueño repleto de las maravillas más inimaginables.
Urashima pasó tres largos años en el Palacio del Dragón, disfrutando de los más deliciosos banquetes y de la amabilidad de su anfitriona, la princesa, y sus sirvientes. Pero, aunque allí se encontraba muy a gusto, llegó un momento en el que sintió preocupación por su anciana madre, y rogó a la princesa que le permitiera volver al exterior, ya que temía ser castigado por los dioses si no lo hacía.
La princesa aceptó, y como regalo de despedida, le ofreció a Urashima tres preciosas cajitas enjoyadas, montadas una sobre la otra. A continuación, volvió a convertirse en tortuga para transportar a Urashima, que de nuevo iba dormido sobre su caparazón, hasta la playa.
Al recobrar el conocimiento, Urashima se encaminó hasta su humilde cabaña, y cuál no sería su sorpresa cuando comprobó que de ella sólo quedaban en pie algunas vigas podridas y mohosas, como si hubieran llevado ahí centenares de años. Pero no era sólo eso lo que había cambiado, su aldea también estaba completamente distinta y nadie parecía reconocerle.
Urashima, totalmente desorientado y confuso, se acercó a un monje para preguntarle qué había sucedido durante su ausencia, y éste pensó que Urashima le estaba gastando una broma y no quiso creerle cuando le dijo su nombre. El monje le explicó que hace trescientos años había vivido en aquella aldea cierto pescador llamado Tarô Urashima, pero que un día desapareció en el mar mientras pescaba, y nadie volvió a saber nada de él. Se le había dado por muerto e incluso tenía su tumba erigida en el cementerio de la aldea.
Naturalmente, Urashima se encaminó rápidamente a comprobar las palabras del monje, y quedó totalmente abatido al ver que eran ciertas. Se dio cuenta de lo que había ocurrido y al momento le invadió una profunda tristeza. No eran tres años los que había pasado en el Palacio del Dragón como él creía, sino trescientos: un año allí equivalía a cien años en el mundo exterior.
Desolado, Urashima regresó a la playa sin saber qué hacer. En ese momento reparó en que aún conservaba en su poder las tres cajas enjoyadas que le había entregado la princesa, y decidió abrirlas para ver su contenido.
La primera cajita contenía unas blancas alas de grulla. De la segunda salió una espesa columna de humo blanco. Y en la tercera había un espejo, en el que Urashima pudo ver reflejada su propia imagen, la de un anciano de larga barba blanca, en cuya espalda nacía un par de blancas alas.
Gracias a aquellas alas, el anciano Urashima, convertido en una grulla, pudo volar y surcar los cielos libremente.En primer lugar se dirigió hasta el lugar donde estaba su tumba, y la sobrevoló tres veces. Y después se adentró en el mar, y allí pudo ver a una gran tortuga que emergía a la superficie.
Quizás esa tortuga fuera la princesa... "
Este que os acabo de narrar es uno de los más conocidos y representativos cuentos tradicionales japoneses. Espero que me disculpéis la torpeza y las posibles (y de hecho más que probables) inexactitudes de mi traducción. Narrar cuentos no es precisamente lo mío, y además no he tenido más remedio que tomarme algunas licencias en ciertos párrafos en los que no he llegado a entender del todo el significado exacto del original en japonés, aunque estas licencias de todos modos no afectan en ningún caso al desarrollo de la historia.
Quizás esta historia os resulte familiar a los que hayáis leído el cuento de Rip van Winkle, de Washington Irving (el autor de Sleepy Hollow), con el que guarda asombrosas similitudes: un personaje sencillo y humilde viaja por casualidad a un mundo maravilloso en el que el tiempo transcurre mucho más rápido, y al volver acaba convertido en un anciano. No obstante, el cuento de Irving tiene un tono bastante desenfadado y es mucho más amable en su final, ya que en el caso de Rip van Winkle, su ausencia no ha durado trescientos años, sino sólo veinte o treinta, lo que permite al protagonista reencontrarse con su familia, que sí le reconoce... además de con unos cambios decisivos en su país, que de ser una colonia sometida a la autoridad de la monarquía británica ha pasado durante su ausencia a convertirse en una República independiente.
Por lo demás, existen diversas versiones de este cuento, y algunas de ellas tienen un final bastante más amargo: la princesa le entrega a Urashima una sola caja, en vez de tres, y además le advierte que no la abra nunca, bajo ningún concepto. Y al abrir la caja, que contiene su verdadera edad de más de trescientos años, Taro se convierte en un anciano decrépito y poco después fallece. No os extrañéis de esto, ya que no es nada raro que los cuentos infantiles japoneses tengan un final triste, incluso injusto para el protagonista.
Bueno, ¿qué me decís? ¿Os ha gustado la historia? Si el tema os interesa, en próximos posts os contaré más cuentos tradicionales japoneses, todos ellos repletos de personajes fascinantes, humildes leñadores y carpinteros, hermosas princesas, astutos tanukis y zorros con sus habilidades para cambiar de forma a voluntad, niños nacidos de melocotones, encantadores abuelitos y abuelitas, terribles y vengativos demonios y ogros... ¡merecen la pena!